¡Ah! Pero cómo se confunden con el paisaje paradisíaco. Ellos, cual pequeñas avecillas atrapadas en jaulas de cemento, presas del ruido incesante de los carros, de la estrepitosa pero cotidiana música de moda y muchas veces de la explosión de las balas, salen a la libertad que ofrece el campo y corren sin ataduras por caminos escarpados, otros polvorientos o cubiertos por un tapete natural que aliviana el andar y fortalece el alma, o se dejan embeber en las cristalinas aguas del río Tonusco en Santa Fe de Antioquia, del Pedregal en Hispania, o de las tranquilas aguas de los charcos El Biscocho y El Arenal en San Rafael, refrescándose del calor de esas jornadas de intensa caminata.